El Dios eterno y el hombre fugaz
Señor, tú nos has sido refugio De generación en generación.
Antes que naciesen los montes Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.
Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres.
Porque mil años delante de tus ojos Son como el día de ayer, que pasó, Y como una de las vigilias de la noche.
Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, Como la hierba que crece en la mañana.
En la mañana florece y crece; A la tarde es cortada, y se seca.
Porque con tu furor somos consumidos, Y con tu ira somos turbados.
Pusiste nuestras maldades delante de ti, Nuestros yerros a la luz de tu rostro.
Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; Acabamos nuestros años como un pensamiento.
Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos.
¿Quién conoce el poder de tu ira, Y tu indignación según que debes ser temido?
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría.
Vuélvete, oh Jehová; ¿hasta cuándo? Y aplácate para con tus siervos.
De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días.
Alégranos conforme a los días que nos afligiste, Y los años en que vimos el mal.
Aparezca en tus siervos tu obra, Y tu gloria sobre sus hijos.
Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, Y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; Sí, la obra de nuestras manos confirma.
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